FEMINISMO Y CONSUMO
El pasado
día 25 de noviembre....
Las calles se llenaban de mujeres y hombres reclamando una
solución definitiva que por fin erradique la violencia de género hacia las
mujeres en nuestro país. El auge del movimiento feminista en los últimos años
se ha reflejado, en parte, en una presencia masiva por parte de la población a
este tipo de eventos.
La perspectiva de género y la denuncia de este tipo de
violencia se ha ido generalizando y presenciando en una gran diversidad de
campos profesionales y sociales, hasta el punto de que ya todos los sectores se
sirven en parte de esta ideología para incorporarla a sus discursos, muchas
veces con una intención que vira más hacia la demagogia que hacia la
implicación feminista real.
Se refleja, por ejemplo, en el hecho de que las
firmas de ropa más valoradas se han servido de este tipo de mensajes para
incorporarlos en sus prendas; también en los diferentes discursos políticos,
que encuentran la forma de adaptar el discurso feminista a sus intereses de
partido.
Parece, por tanto, que todo el mundo en mayor o menor medida se ha
parado a reflexionar acerca de las reivindicaciones que enunciamos las mujeres
y han asumido que es necesario un cambio social y cultural que favorezca una
igualdad real. Sin embargo, los índices de violencia, abusos y agresiones
sexuales no hacen más que aumentar.
Además, la denuncia de la violencia hacia
las mujeres parece haberse reducido únicamente a esta categoría sexual, verbal
y psicológica, pero… ¿Qué hay de aquellas violencias que sufren específicamente
las mujeres de las clases sociales más bajas, invisibilizadas y silenciadas,
que viven la escasez de recursos de una forma mucho más dura que cualquier
hombre que se encuentre en su misma situación?
En mi
opinión, uno de los factores que puede estar afectando a esto es, en parte, la dirección
que ha tomado la lucha feminista al ser adaptada a todo tipo de discursos,
opiniones e idiosincrasias. Especialmente a aquellas que lo único que buscan es
el refuerzo de los intereses neoliberales, adueñándose de una reivindicación
que históricamente tiene unas potentes raíces políticas mayormente
identificables como socialistas, para convertir sus quejas en eslóganes que
ridiculicen el verdadero propósito del activismo feminista.
Así, una lucha
política que durante siglos ha sido criminalizada, castigada y tachada casi de
enfermedad mental termina transformándose en un producto de consumo, un
estilismo más al que recurrir, exotizado como otros tantos relacionados con las
minorías culturales o las clases sociales más bajas.
De esta manera, en las
clases medias y altas de las sociedades colonialistas se ha extendido la idea
de que la apariencia exterior que muestres al mundo adopta un tinte mucho más
interesante para los y las demás si adornas tu imagen con simbología propia de
otras culturas, consideradas exóticas, o clases sociales, especialmente si
quieres transmitir un mensaje que te identifique como una persona alternativa.
A nadie le llama ya la atención pasearse por las calles de Valencia y
encontrarse a personas con el pelo lleno de rastas, entablar una conversación
con ellas buscando quizás cierto grado de concienciación respecto a la cultura
que han decidido añadir en su aspecto exterior, y darse cuenta de que lo único
que buscan con este tipo de peinado es parecer al resto, desde la primera
impresión, una persona alternativa, o interesante, de acuerdo a los
estereotipos concretos de nuestra cultura.
Este
fenómeno es, en mi opinión, comparable a lo que, en parte, pasa con el feminismo,
por el significado superficial y meramente estilístico que en estas sociedades
se les da a símbolos que son identidad y lucha para quienes han vivido gran
parte de su historia silenciados y oprimidos. Ocurre lo mismo con la imagen
asociada a las personas de nivel adquisitivo bajo: riñonera, chándal,
zapatillas de deporte… adoptada por muchos personajes públicos que, lejos de
promover un mensaje que incite a toma de conciencia de la realidad y los
problemas a los que se enfrentan las personas de esta clase social, hacen
ostentación del dinero, la fiesta y el lujo (C Tangana y Kidd Keo, por
mencionar a algunos.
Encuentro una actitud similar en las mujeres artistas, que
toman del feminismo las ideas de liberación personal, y lo transmiten a través
de unas letras que reflejan su poder de decisión en los ámbitos amorosos y
sexuales, generalmente (Bad Gyal, la Zowi…). Todo ello, enmarcado en una
estética que se identifica como urbana y que, en última instancia e
inevitablemente, relaciona a las personas que tenemos asociadas a esa imagen
con ese mensaje tan importante, pero, al mismo tiempo, tan superficial.
Puede
parecer una comparación demasiado abstracta, pero me parece importante que sea
tenida en cuenta especialmente en esta época, en la que se tiene a estas
figuras femeninas como iconos de empoderamiento. Y es que, en el contexto
actual en el que las redes sociales suponen un importante pilar de
socialización y transmisión de ideas culturales, la estética visual toma una
gran importancia a la hora de transmitir mensajes con carga política. Las
imágenes, en la era digital, llegan a tener tanto peso en la construcción
mental de los significados culturales como puede tenerlo el lenguaje. Y es que
el arte, en todas sus vertientes, no se limita a reflejar la realidad, sino que
la interviene y la transforma, enviando siempre un mensaje más o menos
implícito al público.
Con todo
esto, mi última intención es concluir en que este tipo de expresión artística,
basada principalmente en la performance, deba desaparecer.
Simplemente creo
importante que el público consumidor sea consciente de qué tipo de contenido
está visualizando y la importancia que debe darle a lo que ve, en el sentido
del peso que puede suponer para el feminismo español que sus figuras de representación
y empoderamiento más populares en el siglo XXI sean mujeres unidas al lujo y la
vida ostentosa, habiendo otras artistas que a través de su música no solo
transmiten arte audiovisual, sino también un mensaje políticamente cultivado y
consciente de la realidad que las rodea (sea un ejemplo Gata Cattana, La Otra o
Tribade).
Por ilustrar mi argumento con un ejemplo, la cantante Rosalía, en uno
de sus videoclips, toma como eje central visual el mundo de la estética de las
uñas para hacer ostentación de su autonomía, independencia, libertad, su
“poderío” femenino. Precisamente, un sector laboral en auge los últimos años
que ha sido nido y foco de la explotación de mujeres sometidas a trabajar un
sinfín de horas a cambio de un sueldo precario. Y, precisamente, este es el
feminismo que se observa a pie de calle y en los medios.
Un feminismo estético,
que toma la imagen del cuerpo de la mujer como elemento de orgullo y poder para
reivindicar que no es un producto de consumo libre. Un feminismo muy
aprovechable por las empresas que venden la producción de una imagen personal,
como son las tiendas de ropa o los centros de estética.
En mi
opinión, un paso importante pero insuficiente si lo que se pretende es acabar
con un sistema patriarcal de raíz, de forma definitiva, y para todas las
mujeres, de forma realmente inclusiva y transversal.
Elvira Martínez Alonso
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